viernes, 15 de julio de 2011

Operación de Soledad

Del “catastrófico” de un otorrino al “tengo solución” de otro medió apenas un mes. Empecé el 2011 diciendo adiós a la penuria auditiva en la que llevaba avanzando más de veinte años para caer hasta el fondo en un pozo llamado hipoacusia profunda bilateral neurosensorial degenerativa. Ya no cabían autoengaños ni disimulos: estaba completamente sorda.

Hace una semana que me colocaron la parte interna de un implante coclear, en mi caso el Nucleus 5. Barcelona, Clínica Tres Torres, mañana cálida y brillante de julio: San Fermín. A una semana vista, el hecho de la operación en sí misma me ha parecido lo más leve de la situación. Mi relato en este sentido no dista mucho del que ya hicieron otros comentakas y los pasos que ellos dieron se repiten en mi caso.

Poco después [leer más...]de las 8 de la mañana ya estaba en el quirófano. Me repitieron por tercera vez las preguntas de rigor, cuya respuesta, por cierto, ya estaba en los informes médicos que les había remitido diez días antes. “¿Es alérgica a alguna medicina? No, que yo sepa… ¿Fuma? No. ¿Bebe? Sólo Yza en las kedas”… Mientras, voy observando gente que va y viene por el quirófano con su vestimenta verde y gorritos de colorines con monigotes que le quitan tragedia al momento. Me recuerdo otra vez en una situación similar. Faltaban dos días para Navidad y las enfermeras llevaban gorritos de Papá Noel… Sé que lo hacen buscando humor y simpatía, pero en semejante trance, llena yo de gravedad, me dieron ganas de gritarles: “Oigan, que esto mío va en serio…”.

Sólo un fallo técnico. La enfermera que me puso la vía intravenosa en la mano, bien la fastidió, por no decir “la cagó”. La oigo pedirme perdón varias veces. Me hace polvo las dos manos. Ahora tengo dos cardenales tan grandes que casi merezco que Benedictus XVI me beatifique por estigmatizada.

Después de los aguijonazos enfermeriles, seguramente homenaje a los rejoneros de San Fermín, me recuerdo en un sueño plácido, soñando con no sé qué, algo muy agradable, hasta que unas bofetaditas me devolvieron a la realidad. Enseguida tuve conciencia de dónde estaba: me dolían las muelas, el estómago y no podía abrir un ojo. Eso me asustó, pues cuando firmé el consentimiento de operación me advirtieron de mil males que me podrían sobrevenir y tocar nervios que no debían tocar estaba entre ellos. Intento otra vez abrir el ojo derecho (se me olvidó decir que me habían implantado el oído derecho). Nada. Imposible. Después de varios intentos infructuosos, me doy cuenta de que me han vendado la cabeza de tal manera que el ojo derecho está debajo de las vendas. Las aparto un poco y, sí, se abre y veo. Después de eso recuerdo que me sobrevino un frío glacial, unos tiritones como nunca había sentido. Repetía yo muy bajito, en plan indigente: “Tengo fríííío”. Una enfermera se da cuenta y me coloca una manta eléctrica. Se me pasa enseguida, pero me duelen las muelas y el estómago, insisto. Eso durará un buen rato.

Cuando me devolvieron a la habitación, veo la cara de mi madre, que me mira muy seria, al borde del pánico y haciendo un esfuerzo para no gritar. La oigo que dice: “¿Pero qué le ha pasado en el ojo?” La enfermera me mira, y como la que le coloca la corbata al marido, me asienta mejor el tocado y dice: “Nada, que le han puesto esto un poco torcidillo”. Mi madre cambia de cara y respira por fin. Estaba sin aire.

La tarde transcurre plácidamente. Mi madre me informa de que he estado 5 horas fuera. Me ponen sueros, calmantes, antibióticos, en poco tiempo me dan agua y un yogur, y el dolor de estómago y muelas cede. Me vienen a ver un par de amigos y converso con ellos dicharacheramente. Recibo y envío SMS. Me llama mi tía del pueblo y, aunque apenas la oigo, converso con ella. Todo parece que va bien. Estoy de buen humor.

El Dr. Luis García-Ibáñez también viene a verme, feliz como una perdiz, sonriente, amable y simpático, como siempre. Me dice a mí y a mi familia que todo ha ido divinamente, que ha podido conservar los restos que me quedaban y que al día siguiente por la mañana me iré a casa. Me quitarán el tocado hindú y me dejarán sólo un apósito. Tres días después tendré que volver a Barcelona y me entonces me quitará el susodicho apósito. Le pregunto si me quitará los puntos tan pronto, me dice que no llevo y que por eso va todo tan rápido.

A todo esto, se me olvidaba decir: me pica la cabeza. Me prohíbe que me la lave y es ahí donde empieza todo mi calvario de fin de semana (léase comentarios al blog de Pepe días 8, 9 y 10 de julio). Insisto, me pica la cabeza. Me pica. Sí, me pica. Mi reino por un lavado de cabeza…

La operación fue un jueves. Volví a Barcelona el lunes siguiente. Había pasado un buen fin de semana, sólo cansada a ratos, con levísimos mareos, algo de tinnitus –fuerte a ratos- y cierto dolor de mandíbula al masticar. Los trabajos de familiares y amigos hacían complicadísimo llevarme a Barcelona en coche y, como me encontraba estupendamente, me fui en tren. No tuve ningún problema. Estaba realmente bien, aunque claro, sin audífono en el oído derecho oía poco y mal. En la vistita todo fue como el médico había previsto. Me quitan el apósito y me ponen unas tiritas.

Las voces ahora son todas ruidos que retumban, los agudos no existen, la oreja derecha parece un pegote de plástico, el oído derecho con sensación de entamponamiento y una parte de la cabeza la tengo aún acorchada. Me han rapado un cerco de menos de dos dedos alrededor de la oreja y con el pelo no se ve nada. Por fin me dejan lavármelo y me siento mucho mejor.

Espero ahora la conexión. No he tenido demasiados problemas. Sólo mareos un par de días y un cansancio anormal, que, después de dejar la medicación, va desapareciendo. Como dije al principio, el proceso quirúrgico en sí me ha parecido muy llevadero. Mi verdadero calvario estuvo antes. Estuvo en reconocer que tenía un problema grave, estuvo en comunicárselo a los demás, estuvo en pedirles ayuda, estuvo en luchar contra la depresión, estuvo en vencer una tristeza infinita que me caló los huesos, estuvo en tomar la decisión de actuar y no dejarme amilanar por las circunstancias. No estaba acostumbrada a depender de nadie ni a solicitar su colaboración y tuve que hacerlo hasta con mis alumnos. La experiencia humana de aprendizaje ha ido mucho más allá de lo que media entre oír y no oír (o viceversa).

Conocer el blog de Pepe, participar en él, acudir a una de sus kedas fue crucial para mi cambio de actitud. Me conectarán el 25 de este mes y me queda un buen trabajo por hacer. Lo afronto hoy con optimismo y ánimo. Tengo mucho que agradecer a mucha gente. Haré cuanto pueda por no defraudarlos y seguir adelante. Espero que mi caso dé ánimos a otros que han de emprender este mismo viaje.

Tarragona, viernes, 15 de julio de 2011.

2 comentarios: